Argentina

William Delgado, BOGOTá, Colombia, Marzo 27, 2007

Sentenció que una ética de máximos como la cristiana, en un momento dado puede representar una fuerza de disentimiento, dentro del colectivo plural de una ética Civil. La aceptación supone la tolerancia de determinadas cuestiones que pueden ser consideradas por los cristianos como un mal, pero esta no debe significar la claudicación de los máximos, ni la imposibilidad de proseguir el diálogo.
 
Küng, señaló además que un cristiano vivirá aceptando una ética civil de mínimos, sin renunciar en el diálogo a proponer sus propios ideales. A veces, bajo forma de un leal disentimiento. Quienes han hecho avanzar la sociedad han sido siempre personas que han quebrantado los consensos sociales. Los profetas han sido personas que han roto los consensos, lo cual les ha llevado a un enfrentamiento con el statu quo. Enfrentamiento que, a menudo, ha concluido con la eliminación del profeta. Pero las ideas de los auténticos profetas perduran y a la postre, se imponen. Las generaciones posteriores recuperan la figura del profeta e incluso lo mitifican o canonizan.
 
Son precisamente estos profetas quienes hacen avanzar el proceso dialógico, porque jamás se detiene. Por ejemplo, si nadie hubiera quebrantado el consenso, todavía hoy, inclusive los cristianos, aceptarían la esclavitud. Jesús de Nazaret rompió el consenso religioso a través del testimonio, del servicio y de la debilidad, y no desde la fuerza y el poder. Su ejemplo ha sido seguido por muchos profetas que eligieron la denuncia de las injusticias desde el servicio y la no violencia: «El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Marcos 10, 45).
 
El disentimiento, pues, añadió Küng, debe expresarse en la tolerancia y el testimonio. La manera de hacer comprender a los demás los valores de determinadas prácticas o maneras de obrar propias de los cristianos deberá priorizar siempre el testimonio. El amor que pide Jesús para con el prójimo supone que uno debe encarnar de manera coherente, en su propia vida, los valores que defiende. Sólo así serán vistos y apreciados como valores, y no como imposiciones.
 
El diálogo, el ejemplo y el servicio son las formas más adecuadas de expresar el amor al prójimo en nuestro mundo. Así, por ejemplo, una comunidad como la cristiana, que no acepta el aborto, debería mostrar claramente de qué manera da valor a la vida humana desde el momento de la concepción: acogiendo y ayudando a las madres sin recursos, a las madres solteras, y ayudando a la planificación familiar.
 
“En la actualidad los creyentes de las diversas religiones no podemos seguir buscando dar respuestas a las urgencias éticas desde criterios y principios aparentemente incuestionables fijados de antemano como si tuvieran validez situada más allá de la historia. Incluso dentro de las diversas posturas cristianas tampoco resulta comprensible buscar soluciones eternas desde la teología moral, valiéndose de deducciones hechas desde una naturaleza o esencia humana universal e inmutable», dijo Küng.
 
Las religiones, enfatizó el profesor, pueden proporcionar un horizonte global y un sentido último de la vida frente a las experiencias concretas que radicalizan la pregunta por el sentido (el dolor, la injusticia, la culpa, la muerte). El de dónde y hacia dónde de nuestra existencia.
 
Además, pueden garantizar valores y principios supremos. El por qué y para qué de nuestra responsabilidad; pueden crear un hogar donde puedan habitar los seres humanos en confianza y esperanza. Una comunidad y un hogar espiritual pueden impulsar la protesta y la resistencia contra la injusticia. El anhelo actuante de lo «totalmente Otro».
 
Sin embargo, añadió Küng, hay que distinguir la auténtica experiencia religiosa de toda pseudoreligión que absolutiza algo relativo: la ciencia, la tecnología, el dinero, el sistema de mercado o el poder en el actual contexto de crítica a la modernidad; no se trata de volver a hacer absoluto algo relativo, sino de renovar la experiencia de la fe en el único y verdadero Dios.
 
Las grandes religiones están en condiciones de movilizar a las personas en favor de una ética planetaria: definiendo objetivos morales, presentando directivas y criterios de acción, motivando racional y emocionalmente a los seres humanos, para que las normas morales puedan ser vividas en la práctica. Se trata, en concreto, de fomentar la paz y la reconciliación entre los pueblos, de apoyar las exigencias de la justicia social y del cuidado del medio ambiente. Esto es posible porque toda religión verdadera fomenta la verdadera humanidad y, en definitiva, busca que los hombres se comporten de manera auténticamente humana con su prójimo.
 
Las religiones nos ofrecen un imperativo categórico definitivo e incondicional susceptible de ser llevado a la práctica aún en situaciones sumamente complejas. Se trata de la regla de oro, que dice: Negativamente- No hagas al otro lo que no quisieras que te hicieran a ti. Positivamente- Haz al otro lo que quisieras que te hicieran a ti.

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