Argentina

Por Daniel E. Benadava. BUENOS AIRES, 8 de enero (ALC).-En los primeros años de este nuevo siglo, si bien es cierto que América Latina transita por un sendero democrático, mucho queda aún por hacer para continuar construyendo, en paz, un continente en el que no haya impunidad para unos pocos, no se produzcan mas desapariciones de personas por sus ideas políticas,  y en donde exista justicia y bienestar para todos.

Muchos latinoamericanos desearían vivir, hoy en día, en un continente que no tuviese memoria ni recuerdo.  Algunos lo hacer por el temor que las sangrientas dictaduras dejaron en sus lastimados corazones décadas atrás;  otros adoptan esta postura por conveniencia ya que, si el pueblo tuviese memoria, ellos no podrían caminar por la calle con la impunidad y la soberbia con que lo hacen cotidianamente;  y, en fin, muchos también sobreviven de esta manera debido a que, de una u otra forma, transcurren en un “ presente continuo ” en el que no establecen vínculo alguno – por ignorancia, conveniencia o desinterés – con la historia continental.

Ahora bien, mas allá de todos estos posicionamientos la realidad siempre, obstinada y persistentemente, cada tanto coloca frente a nosotros acontecimientos que, queramos o no, nos hacen rememorar el sangriento y oscuro dolor que, algunos perversos personajes que en muchos casos continúan aún hoy en día sin juicio ni castigo, infligieron sobre estas tierras allá por las décadas del ´60, ´70 y ´80 del siglo pasado.

Así, por ejemplo, a fines del 2006 murió, sin haber sido encontrado judicialmente responsable por los atropellos que cometió contra el pueblo chileno pero con una mayoritaria condena social, el ex dictador y represor Augusto Pinochet quién, durante largos y tenebrosos años, atentó contra la vida de sus prójimos, incurriendo en numerosos abusos de poder, entre los cuales se pueden mencionar la represión sistemática o selectiva de personas por su ideología, la violación de la privacidad, los apremios desproporcionados y las torturas y la desaparición de personas.

En relación a este último punto, hacia mediados de la segunda mitad del año 2006 aconteció un hecho que conmovió la vida institucional y democrática de la República Argentina.  Julio López, que había secuestrado en la década del ´70 por la dictadura militar de aquel entonces, luego de dar testimonio contra el represor Miguel Etchecolatz fue secuestrado y desaparecido nuevamente, pero esta vez en plena democracia y encontrándose vigentes, supuestamente, todas las garantías constitucionales.

Así mismo, durante los últimos días del mes de diciembre del 2006 también desapareció en Argentina, en la localidad de Escobar, dentro de la Provincia de Buenos Aires, Luis Gerez que había declarado contra quienes asesinaron y torturaron a militantes de organizaciones populares en la década del `70.  Pero a diferencia de Jorge López, quien todavía hoy en día continúa desaparecido, Luis Gerez fue liberado por sus secuestradores luego de haberlo conducido por un sendero de intimidaciones, humillaciones psíquicas y torturas físicas.

Todos estos acontecimientos deben ser rechazados, abierta y enérgicamente, por la comunidad latinoamericana ya que detrás de ellos deambulan siniestros personajes que sembraron de sangre y dolor nuestra región y que, en pleno S XXI, continúan caminando entre nosotros, impunemente, con la nostalgia de aquellos años en los que la dictadura militar sofocaba cualquier esbozo de vida, justicia y solidaridad.

Y, en forma paralela, estos hechos también deben ser condenados y denunciados con un auténtico compromiso evangélico por los cristianos, ya que si como Pueblo de Dios no buscamos juicio y castigo para quienes atentaron contra la vida y la dignidad humana de nuestros hermanos, estableciendo contextos de pecado en los que muchos quedaron esclavizados y otros tantos desaparecidos, en última instancia, por acción u omisión, estaremos siendo cómplices de quienes transitaron, y recorren aún hoy en día, caminos que bajo ningún punto de vista conducen al Reino de Salvación y Liberación.

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